26 de junio de 2012

Verano

Ya sí que no hay marcha atrás. El curso ha terminado prácticamente, tan sólo quedan unos días. Y habrá que decir hasta luego hasta septiembre, y a algunas cosas, un adiós para siempre. A cosas como mi almohada, mi cama y esas cuatro paredes que tantas cosas han visto este año. Esas cuatro paredes de la habitación que me ha acogido entre sus brazos cuando más lo he necesitado. Y me he perdido entre papeles, tinta y grafito muchas veces. Y entre notas altas de música desconocida.
Pero de nada sirve anclarse en lo vivido; mejor pensar en el día a día. Ahora vienen los días de descanso, de piscina, playa, sol, helados y noches largas sentados en nuestros propios recuerdos hasta bien entrada la noche, donde el calor no te haga perder la noción de dónde estás.
Ahora viene lo que todo el mundo espera con ansia: días para no hacer nada, para disfrutar hasta que queramos en la calle y luego dormir lo que nos de la gana. 
Sin embargo, aunque yo también tengo ganas de no hacer nada, de leer los libros que quiera, de poder acostarme cuando quiera, salir sin pensar en cuándo volver porque luego no tendrás que madrugar... no me entra en la cabeza tener que irme. Este año, más que ninguno, no quiero despedirme, porque supone alejarme de algo importante para mi. Muy importante de hecho. Supone alejarme de él, mi pequeño. Y aunque hay que organizarse para vernos y se que lo vamos a conseguir, sigo sin querer que acabe esto, que llegue definitivamente el verano...

18 de junio de 2012

Perdidos.

No voy a hablar de más tic-tases mudos, ni de más calles que nos absorben mientras el tiempo pasa impoluto. Porque si algo debemos saber, es justo eso.
Hay que acostumbrarse a que cuando algo sucede, ya no hay marcha atrás. Somos lo que elegimos, y no del revés. Siempre vamos a tener muchas opciones delante de las narices, y no somos alguien por elegir una u otra; es precisamente la elección lo que nos forma como personas.
Y a medida que pasan los días, todo cambia y a la vez es igual. Si de verdad queremos que algo mejore, deberemos volver a elegir. Lo único que es esencial es recordar que si nos olvidamos de nosotros mismos, entonces, estaremos perdidos.

17 de junio de 2012

Aprender.

Las respiraciones se atascan con los gritos de un reloj congelado para siempre en una hora demasiado repetitiva: 23:23. Las gentes chocan, se funden y corren con su típico estrés en noches llenas de prisa y más prisa. Nervios, ansiedad... ¿Acaso no saben que existen los paseos tranquilos y ciertas horas muertas para descansar del murmullo ensordecedor de la rutina? Creo que lo ignoran. Están demasiado ocupados en vivir con rapidez para pararse a disfrutar de lo que los rodea. Prefieren perder su tiempo creyendo que lo aprovechan, que aprovecharlo realmente.
Y las aceras estrechas los miran y sienten sus pies demasiado pesados ya, caminando de nuevo con rapidez. Y los coches no paran, y las agujas del reloj siguen congeladas porque nadie piensa en su existencia ya. Los árboles se quedan sin hojas, y de repente las vuelven a tener verdes. Verano, calor, sol y playa tocan a sus diminutas puertas, pero a veces no tienen tiempo ni para ellos. Nunca tienen tiempo de mirarse a sí mismos, de cuidarse, de ser egoístas. No saben serlo, y nunca parece que vayan a aprender...

11 de junio de 2012

Quizá.

Quizá es el calor o quizá los nervios porque todo está acabando. Quizá es el ruido demasiado atronador de las calles en hora punta, o mi propio murmullo interior lo que me hace echarte de menos así. Quizá es que hay demasiado peso en mi espalda o demasiadas gotas de sudor empañando sueños...
O quizá, simplemente, es que sigo sin resignarme y sin acostumbrarme a no ver tu cara u oír tu risa. Quizá sigo esperando que me des un caramelo cuando estoy triste... y sé que espero demasiado, porque el tictac de un mudo reloj me cuenta que es hora de entender que ya no estás...
La cuestión es comprenderlo o dejarlo pasar una vez más, guardando tu sonrisa en cada hueco de mí misma...
Y quizá hago mal, pero prefiero disfrutar con lo último, que decir adiós para siempre...

7 de junio de 2012

Silencio.

Casi ha terminado el curso. Los árboles están repletos de hojas verdes y el sol hace sus estragos en mañanas, tardes y noches ya demasiado calurosas. Las sábanas se confunden conmigo en una cama algo inccómoda y ruidosa. Mis sentimientos son cada vez más diminutos, es demasiado lo que se aprende dando cinco pesados pasos. Se aprende y se cambia; se crece como las hojas de esos árboles, como ese sol que sale cada mañana para que nos tostemos bajo su luz y calor. Y llega el día en el que te das cuenta de que hay demasiadas cosas que jamás volverán: te arrepientes de unas, deseas que regresen otras tantas. Llega ese día en el que miras el calendario y comprendes que el verano está aquí y que si algo pasa sin esperar a que te acostumbres ni siquiera a caminar, es el tiempo...
Y las gentes siguen con sus vidas, sin prestar atención a lo que les rodea apenas. Dejándolo de lado, ocupados con sus cosas, demasiado estresados para pensar en descansar y mirar lo que tienen...
Pero, al fin y al cabo, son cuatro patochadas más sin sentido. Es mi almohada, demasiado mullida ya, la única que entiende los gritos de mi silencio.