12 de diciembre de 2011

Otoño.

Un día de lluvia te preguntas mientras caminas qué ha sido de todo lo que conocías. Miras a tu alrededor y nada parece ser lo mismo: la calle está más estrecha, pero sólo es por los coches que la llenan; más triste, pero sólo es por las hojas de otoño pegadas en la acera por culpa del agua. Y lo sabes pero, aún así, no puedes quitarte de la cabeza que es distinta a cada paso que das. No puedes dejar de pensar en que incluso ha cambiado el modo en que concibes la realidad. Te sientes otra completamente nueva... y extraña a la vez.
 Entonces comprendes que pese a que pensabas que conocías tu propia vida en cada uno de sus matices, ésta cambia como si fuera esa calle por la que caminas. Un día hay más coches en ella y otro día apenas hay: porque aunque hay algunos que siempre vuelven y se quedan aparcados ahí dejando esa imborrable marca de aceite, otros se marchan dejando apenas la huella de los neumáticos al hacer stop en el semáforo, o ni eso.
Y también entiendes que aunque haya veces en que el peso de las hojas te agobie...  no siempre es otoño.

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